22.3.11

en blanco y negro

cuento en blanco y negro

A veces quisiera borrarle de un bofetón su estúpida sonrisa de la cara. No se entera. Viene aquí con toda esa amabilidad. No se da cuenta que en este país no se puede ser tan bueno. Especialmente una mujer. Una mujer blanca. Ella dice que la educaron de esa forma. A tratar con respeto a todo el mundo por igual. No sabe lo peligroso que es dar respeto a una gente que nunca sospechó que tenía derecho a ese respeto. ¿Cómo puede un hombre mantener su dignidad en determinadas circunstancias? No te hablo de mí. Al fin y al cabo yo visto bien todos los días. Me preocupo por estar limpio, por oler bien, por no parecer uno de esos negros sentados sobre su pila de carbón, con su camisa negra que identifica la negrura de su existencia. Mando dinero a mi casa todas las semanas. Una vez al mes visito a mi madre. Prepara una comida especial. Vienen mis hermanas con sus hijos, algún marido, la que tenga en ese momento. Todos viven de lo que yo mando a casa. Y a pesar de todo no me siento bienvenido. Mi madre pone la mejilla para que yo la bese, nunca es ella la que viene a mi. Es su forma de echarme en cara que no está conforme con mi manera de ganarme la vida. Ni que fuera un asesino. Ni que fuera uno de esos que vende su cuerpo a los hombres por unas cuantas gourdes, aunque el precio es lo de menos, en realidad es que les gusta.

No. Yo estoy limpio todos los días. Conduzco un buen coche. Duermo en las mejores camas de los hoteles que de pequeño sólo podía mirar de lejos. Veía el ir y venir de los ricos con sus ropas elegantes, sus relojes, sus cámaras . Es cierto, duermo en las mejores camas. Siempre con ella. Aunque no siempre quisiera dormir con ella. A veces quisiera estar solo. O elegir a una de esas chicas de ojos tristes con las que coincido en los hoteles de lujo. Ellas van de la mano de blancos. A veces nuestros se cruzan un segundo, enseguida alguno aparta la mirada.

Como en buenos restaurantes. Es verdad que los camareros nunca me pasan a mi la factura, siempre se la dan a ella directamente. No soporto la manera en que pone unos cuantos dólares, sin mirar siquiera, sin contarlos. No debe dejar tanta propina. Soy yo el que cuenta, el que retira una parte, cuando es demasiado. Gracias a eso viven mis hermanas. Vive la madre que no me quiere. Ella no es tan hermosa. Es amable. Demasiado amable. Yo la llevo a todas partes, la protejo. Mi presencia hace que no se le acerquen otros hombres. A veces no habla conmigo. Yo intento siempre entretenerla. Por supuesto no le cuento nunca mis problemas. A ella no le interesarían. Miraría para otro lado, despreocupadamente, de la misma manera distraída con que paga las cuentas, poniendo siempre de más…Sin entender que no se puede ser tan generoso. Que no se puede dar respeto a quién nunca sospechó que tenía ese derecho.

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Gracias Pero No Gracias por Ornelia Cabrera se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.