5.9.10

jean

jean

Subía despacio. Sin prisa. Con la elegancia natural que la evolución había dotado a su especie. De vez en cuando se detenía a mordisquear un papel perdido, aquí y allá. Al fin y al cabo era su trabajo. En Haïti el servicio de recogida de basuras se compone básicamente de cabras. Siguió escalando. Por suerte supo parar a tiempo. Si hubiera cruzado habría sido atropellada por el taptap atiborrado de gente dispuesta para el trabajo de la mañana.

Jean dejó pasar uno. Iba muy lleno. Dejó pasar otro. Habían demasiados sacos de harina. Por nada del mundo quería ensuciarse la ropa que tanto le había costado lavar, secar y planchar en su tienda de campaña. No se quejaba. Sabía de gente en peores circunstancias. Gente a la que querían expulsar de las tierras en las que acampaban. O sencillamente, toda esa gente que no logró sobrevivir ese martes por la tarde. Ay, pero ya no quiero hablar más de lo mismo. Estoy aburrida del gudugudu. Como todos. Las calles siguen derruidas, aún tantos meses después. Lo peor es que he acabado por acostumbrarme. Eso que dicen, que a todo se acostumbra uno. Cuánta razón tienen. A veces se me olvida el aspecto que tenía todo antes. No era perfecto, pero tenía algo. Ahora, pese a ser sólo una sombra triste que evoca imágenes mejor olvidadas, sigue teniendo algo. Quizá por eso mismo. La belleza del pudo haber sido, del caído, de la esperanza por renacer…

Mesi, grita uno de los pasajeros del taptap, para que el conductor le pare. El ayudante viene a recolectar entre el resto las correspondientes cinco gourdes por viaje. Continúa Jean pensando, a la vez que trata de que no le arruguen demasiado la ropa. Al fin y al cabo es tan difícil hacer la colada, y es tan bueno estar limpio…

1 comentario:

Reina del Mango dijo...

Ha valido la pena esperar.

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