20.8.13

Keep calm and write

víctor escribiente y paciente
Hubo un momento de mi vida en que fui al psicólogo. Me sentía perdido. Nada raro teniendo en cuenta la familiaridad que siento con respecto a la desorientación. Pero, a diferencia de otras épocas, no podía tomarlo con humor. Y tras pasar dos semanas sin ducharme, decidí que era el momento de aceptar la posibilidad de que quizá, sólo quizá, algo no funcionara. Busqué ayuda. Encontré un terapeuta. Me bañé antes de ir a nuestra cita.

Se trata de construir un puente hacia uno. Hacia dentro. Cavar sería una palabra más apropiada. Con un intermediario. Intentas sortear todas las mentiras que le cuentas. Que te cuentas a ti mismo. El invariable teatro que representas ante otro. La incomodidad de mostrar lo peor de ti ante un extraño.
Entiendo la expresión "mal humor". Pero la verdadera tragedia es no estar de humor. No tener ganas de nada. Sentirse como un trapo. Especialmente al ir a vomitar allí tu grisura. En realidad no tienes ningún problema. Nada serio. Nada grave. Es una puta vergüenza. Sentirse de esta manera sin un motivo.
Sueltas un cuento tras otro y alguien te ayuda a interpretarlos. Como un comentario de texto. Buscando un motivo, una teoría, un hilo conductor. Intentando dar con la famosa coherencia esa de la que tanto has oído hablar. Hay que contar con la brillantez del comentarista. Con su imaginación y empatía a la hora de hallar un mapa que te guíe por estas arenas movedizas en que te mueves.
Tú has de luchar contra el pudor que sientes al tratar de modelar una figura medio decente, con este barro tan simple que te tocó. Descifrar. Descodificar.  Aunque no te gustan las confrontaciones , no te hace ninguna gracia que alguien, otro, meta las narices en tus cosas. Lo mandarías a la mierda. Pero decides seguir luchando. Con la sospecha en el fondo (y no tan en el fondo) de no ser completamente honesto. Que no es estar mintiendo, pero tampoco diciendo toda la verdad. Ser un puto impostor. Incluso en tu depresión. 

Y sin darte cuenta, un día sucede eso que llaman transferencia. El momento en que anhelas que ese comentarista que te guía por tus versos desparejados, te encuentre atractivo. Más  allá de toda esa miseria de la que es testigo. Necesitas que otra persona te devuelva una mirada de ti distinta de cómo tú te ves. Y quién mejor que él, que a estas alturas ya lo sabe casi todo de ti. Y te escucha. Con toda su atención. Y no sólo porque le pagues. Necesitas una esperanza. Cualquiera. Que alguien tenga confianza en ti de nuevo. Y tú sospechas que esto es un nuevo truco. La manera de no centrarse tanto en tus problemas. Es una distracción del verdadero propósito. Quitarte de encima esa lupa que examina cada pequeña, estúpida cicatriz.
Y das vueltas y más vueltas. Con la vergüenza de saber que necesitas ayuda aunque creas que no la mereces. El sentimiento de culpa por tener o haber tenido unas ilusiones inversamente desproporcionales a tu propia determinación por ponerlas en práctica. Intentas perdonarte la disparidad entre lo que es tu vida real y todo lo que soñaste que pudo haber sido. Intentas perdonar la falta de energía para cambiar. Ahora, especialmente ahora, que te sientes como un trapo. Y quizá con ese perdón llegue la cura, le dices a él, que todo lo entiende y todo lo sabe...

Por fin se apiada de ti. Suspende la tortura semanal. Te devuelve al mundo real. No te da el alta porque eso sería admitir que antes eras un paciente, que estabas enfermo. Eras un cliente y a las sesiones se las consideraba conversaciones. La tortura acaba y sientes alivio. Quizá a otros les conforte hablar de sus problemas. A ti no te ocurre lo mismo.  Aprendiste mucho, claro, pero quizá más de las cosas que no le contaste. Lo que te guardabas para ti. Pero ahora ya estás "curado". Te dan permiso por fin para ser feliz. A ti que has estado esperando toda la vida a que te dieran permiso.
Con el tiempo recuperas una vida que llamas tuya. Pero sobre todo recuperas el humor, defensa y lubricante ante el mundo. Recuperas el hábito de bañarte, no creas que no noté tu reacción anterior... Te das cuenta que escribir, desde la sinceridad, toda la sinceridad de la que uno es capaz, es la mejor terapia. Y sobre todo, recuperas la capacidad de reír. De reírte de ti mismo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Bravo!!!

Víctor...,victorioso escritor...

:-* de Lupita

Licencia Creative Commons
Gracias Pero No Gracias por Ornelia Cabrera se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.