27.11.07

albatros

albatros Todo empezó en un semáforo. La luz roja impuso su mando cuando ella estaba a punto de girar. Tocó cambiar de marcha y pisar el freno. Esperó. Adaptó la canción que convenía a esa hora de la noche, la que influiría en su estado de ánimo, en su manera de conducir. Puso una suave: "Albatross" , del grupo Fleetwood Mac. Ésa siempre funcionaba. El semáforo estaba tardando. Dejó vagar la mirada. Por el espejo retrovisor vio la silueta de un hombre. Él también parecía estar observandola . No podía verle bien. Aparte de que estaba un poco lejos, fumaba. Quedaba difuminado entre el humo, la distancia, la oscuridad. El semáforo se puso en ámbar parpadeante. Ella empezó a avanzar. Puso la primera. Dió un poco de gas, estaba en una pendiente, no era cuestión de que el coche se le fuera para atrás al salir. Puso el intermitente hacia la izquierda, salió, por fin . Por el espejo vio que el coche de atrás también iba a la izquierda, aunque no se molestó en indicarlo con las luces. Ella empezó a acelerar, le gustaba ir deprisa, sin ser por ello imprudente, conocía el camino. Conducía casi por inercia. El coche de atrás la seguía de cerca. Ella volvió a mirar por el retrovisor en busca de la cara desconocida. Él parecía no fijarse en cómo conducía, tenía los ojos clavados en los de ella, a través del espejo. Ella seguía sin poder ver bien su cara, pero era consciente de esos ojos que la acechaban. Empezó a inquietarse. Trató de despistarlo conduciendo un poco más aprisa. Puso las luces de dirección a la derecha, pero en lugar de ello giró a la izquierda; no funcionó, él dio volantazo y continuó la persecución. Porque esto se había convertido en un persecución. El coche de él casi tocaba el de ella, hacía como si le fuera a embestir, luego retrocedía un poco. Ella sabía que estaba jugando a asustarla, y lo estaba haciendo muy bien. Sudaba. Ya iba a una velocidad a la que jamás se había atrevido a ir. Por su cabeza circulaban a toda prisa posibilidades de todo tipo. ¿Qué hago? ¿Qué hago? No puedo ir más deprisa. No puedo pedir ayuda porque no hay nadie. No hay donde despistarle...¿Y si paro? ¿y si me encaro con él? Quizá sea sólo un niñato que quiere asustarme, quizá si ve que le hago frente me deja en paz... Todo eso pensaba cuando el tanque de gasolina decidió por ella. Sabía que debía haberlo llenado antes, pero no pensaba correr tanto, ni dar tantas vueltas para que el desconocido no supiera dónde vivía... El coche empezó dando saltitos, empezó a aminorar, hasta que se paró del todo. Mientras tanto el coche de él iba adaptándose para seguir detrás sin darle un golpe. Pararon. Ella era un manojo de nervios, perlada de gotas de sudor frío. Su corazón iba a estallar en cualquier momento. La tensión era tal que pensó que se desmayaría. Él bajó. Estaba oscuro y las luces de su coche la deslumbraban. No podía verlo. Era grande, o eso le parecía su sombra. Se acercaba. Podía oir sus pasos en la grava, cada uno de ellos era una tortura. Los latidos de su corazón retumbaban en sus oídos. Respiraba fuerte. Fijó la mirada hacia delante. Intentó eludir el peligro como una niña, evitando mirarlo a los ojos. Tocó la ventanilla. Dio unos golpes suaves. Suave era la voz que le dijo, ábreme, no le resultaba desconocida. Ella siguió mirando hacia adelante, negó con la cabeza. La voz volvió de nuevo a decir ábreme. Esta vez ella reconoció la voz, no pudo dejar de mirar. Ahí estaba. No era un hombre. No era grande. No la miraba con odio. No le iba a hacer daño. Ya no. Era ella misma,que venía a buscarla. Había tenido un accidente...La cogió de la mano y con cariño la guió más allá de las luces de los coches. Por fin, no tenía ningún miedo.

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Gracias Pero No Gracias por Ornelia Cabrera se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.