Hay historias que hoy serían imposibles, por culpa o gracias a los móviles. A mi me ocurrió una: a él le entraron ganas de conocer el mundo de primera mano y correr aventuras tipo Ulises y se fue a Londres. A mi, que podía entender el impulso y además querer compartirlo, me jodió mucho que no me invitara, así que como coser se me da mal y a Penélope no la soporto, me fui a Francia. A un pueblo entre Burdeos y Cognac a trabajar en un proyecto de reconstrucción de muros románicos. Excusa para que nos emborracharan a diversos seres de diversos países, mientras nos despellejábamos las manos contra un muro común. Al pueblo empezaron a llegarme sentidas cartas (¡cartas!) tipo "una canción desesperada" de Neruda. Y yo, con mis veintiún añitos, mis veinte mil pesetas, sin un móvil y sin "Veinte poemas de amor", ya puestos, me fui al aeropuerto de Burdeos a cambiar mi vuelo de vuelta por uno a Londres. En el avión manoseaba nerviosa la última dirección desde la que enviaba sus cartas. Y mi vecina de pasaje, me dice que ella vive en la calle de al lado, que si quiero, me lleva. Para que luego digan que los ingleses son antipáticos. Allí, me planto y Ulises no está, claro. En su lugar, una pareja de amigos suyos no me sabe decir a qué dedica el tiempo libre , que bastante lío tenían ellos con estarse separando. Aún así, me acogen un par de noches, sospecho que para tener un escudo, yo, con el que no tirarse los trastos a la cabeza, definitivamente. Dos días buscando por todos los hostales hostiles de mala muerte, y mi dinero menguando. Al final, harta de todo, especialmente de las parejas en crisis en general, y concretamente de aquélla y de la mía, decido irme al aeropuerto, coger el primer vuelo disponible a Canarias. El primero era a Lanzarote, donde viven mis padres, para allá que me llega el dinero. Sale en unas ocho horas. Decido ir a pasear por Londres, sola, tranquila, por fin y olvidarme del idiota aquél. Paseo por la National Gallery que es gratis. En Victoria Station entro en una librería de arte, sólo por ver. A la salida él, el él de esta historia, está allí. Camina hacia mi, pero aún no me ha visto. Ya vale, le digo a mi cerebro, déjame en paz. Pestañeo, pero sigue siendo él, que por fin se fija en la chica parada en la calle, mirándolo... Que lo ves en una película y no te lo crees. Pero aún hay más. Resulta que, si no nos hubiéramos encontrado en la calle, lo hubiéramos hecho en el avión, porque harto él de su mini Odisea, decidió coger el primer vuelo barato disponible a Canarias...y resultó ser el mismo que yo tenía para Lanzarote...
Todo sin móvil. Y sin euros, ya puestos. Sin "Veinte poemas de amor y una canción desesperada". Con el heroísmo de la primera juventud, aunque ahora ahora, en la tercera adolescencia creo que aún sería capaz de hacerlo de nuevo...probablemente llamando antes, por si acaso, no fuera a ser mal recibida ;)